Cáhitas


Los cáhitas o cahitas habitaron la región conocida como Aridoamérica, en los territorios actuales de los estados mexicanos de Sinaloa y Sonora, en el área de los municipios de Ahome, El Fuerte, Guasave, Sinaloa y parte de Choix, entre los ríos Mocorito y Yaqui. El pueblo cáhita desapareció como tal después de la conquista de México, por la propia guerra y por epidemias, aunque no todos sus componentes desaparecieron, los sobrevivientes se mezclaron con los españoles y algunas de sus localizaciones se convirtieron en las actuales ciudades de hoy en los estados de Sinaloa y Sonora. Su cultura estaba menos desarrollada que otras de la región como los totomares o los tahues, sus ramas eran numerosas y los españoles los identificaban por el lugar donde vivían. Los jesuitas fueron los misioneros evangelizadores y los que dejaron redactado parte de sus costumbres que hoy se conservan, entre las que hay que destacar los nombres con que se les conocen a esas ramas, distinguían las naciones cáhitas según el dialecto que utilizaban, todos pertenecientes a la lengua Yuto-Azteca. Marcaron o señalaron a seis naciones principales por el crecido o cantidad de familias que las formaban, son Sinaloa, Coroni, Zuaque, Tehueco, Mayo y Yaqui, los cuatro primeros habitaron los valles de los ríos Sinaloa y Fuerte, y los dos últimos, los Yaquis y los Mayos, son los únicos pueblos indígenas cáhitas que existen actualmente, en el estado de Sonora y parte del valle del río Fuerte en Sinaloa.

El pueblo cáhita no tenía unos asentamientos definitivos, eran seminómadas y se desplazaban periódicamente por el que ellos reconocían como su territorio. Sin embargo, conocían la agricultura y sembraban en las vegas de los ríos poco antes de las crecientes. Su manera de cultivo era simple y en vez de llevar ellos el agua a los terrenos sembrados lo hacían al contrario, ayudados de un palo o bastón de un metro de largo aproximadamente llamado coa, con punta endurecida por uno de sus extremos y ligeramente aplanado por la otra. Con la punta de la coa hacían un pequeño agujero en la tierra, depositaban la semilla y con el otro extremo la cubrían o rellenaban, después sólo debían de esperar a que las crecidas regaran el sembrado y creciera el fruto. Con este método conseguían recoger dos cosechas al año, las mismas avenidas anuales de los ríos. Sus siembras son las tradicionales de Mesoamérica, maíz, calabaza, y chile, los demás productos necesarios para su alimentación los obtenían de la caza y la pesca. Esto explica en cierto modo su forma de vivir, seminómadas, la recolección agotaba los recursos alimenticios de un lugar y mientras se recuperaba se desplazaban a otro a lo largo de las vegas de los ríos que conocían. No acostumbraban a guardar los frutos de las cosechas, sólo las semillas para la siguiente siembra.

Las viviendas de los cáhitas eran como las de los tahues, chozas de varas, lodo y palma, construidas en sitios seguros, alejadas relativamente de las crecidas de los ríos pero cerca de las sementeras, y cuando emigraban a otro lugar de su territorio no les suponían un problema, pues los cáhitas no disponían de muchos objetos para transportar, sólo los necesarios, y las chozas las construían de nuevo. Los utensilios más comunes los fabricaban de cerámica, burda y tosca, nada que ver con el refinamiento relativo de totomares y tahues. Por lo general el hombre iba desnudo, en cambio las mujeres vestían un tipo de falda, pero también hacían mantas para cubrirse, hilaban y tejían el algodón que crecía silvestre en la región. Los cáhitas eran un pueblo guerrero y su rasgo cultural más acentuado es precisamente éste, la belicosidad. La invasión de su territorio o algún agravio cometido por otros pueblos hacia el suyo eran los motivos más comunes por los que se levantaban en armas, el arco y la macana; las flechas las fabricaban con la punta endurecida al fuego y empoñozada con un veneno capaz de matar a la persona herida. Se pintaban el rostro y el cuerpo, se ataviaban con plumas y conchas y a la hora de entrar en combate rompían en alaridos, talvez tratando de intimidar al enemigo y en cierto modo también por las bebidas embriagantes que ingerían en la ceremonia religiosa que celebraban, donde también fumaban tabaco y danzaban, y se pronunciaban largos discursos a favor o en contra de la guerra propuesta. Esta ceremonia se celebraba después de que los varones adultos del grupo decidieran iniciar la guerra, reunieran a la población y, ante ésta, el consejo de los viejos y más experimentados hablara. Las victorias militares se celebraban con otra gran fiesta religiosa, en la que se comía ritualmente el cuerpo de uno de los enemigos derrotados, especialmente el más distinguido por su bravura en el combate.

Las creencias religiosas de los cáhitas se basaban en un ser superior y personalizaban las fuerzas naturales, la tierra, el agua, el rayo, el mar... a los que ofrendaban pidiendo buenas cosechas, copiosa recolección de frutos de la tierra y pesca abundante. No construían centros ceremoniales ni sus ceremonias de culto fueron complicadas, no obstante, si practicaban sacrificios rituales, especialmente en el juego de la muerte o juego del Ulama, que se jugaba con la cadera y los ganadores eran sacrificados ritualmente. El hechicero o curandero ocupaba un papel importante dentro del grupo, conocedor y administrador de todos los remedios curativos medicinales que practicaban y siempre iban rodeados de ritos religiosos, tenían tanto prestigio que frecuentemente actuaban como lideres políticos. Su organización social era sencilla, sin ningún líder reconocido en la comunidad, pues el grupo era un conglomerado de familias unidas por parentesco. Existía la poligamia, pero por lo general el matrimonio era monógamo, aunque se disolvía con cierta facilidad.









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