Rarámuris (Tarahumaras)


Tarahumara no es más que el término castellanizado de rarámuri, los dos vocablos con que se conoce a este grupo étnico. Rarámuri significa "planta corredora" o "los de los pies ligeros o alados". Su territorio ancestral se sitúa en la Sierra Madre Occidental, conocida también como Sierra Tarahumara. Se localizan mayoritariamente en el suroeste del Estado de Chihuahua, también en Durango y Sinaloa, México. El 90% de la población rarámuri se concentra en los municipios de Bocoyna, Urique, Guachochi, Batopilas, Carichí, Balleza, Guadalupe, Calvo, Nonoava, Madera, Gómez Farías, Temósachi, Moris, Ocampo, Guerrero, Morelos, Chinipas y Maguarichi.

La parte mítica y romántica de la procedencia de esta etnia la sitúan en Asia, y cuenta que llegaron hasta estas tierras atravesando el estrecho de Bering, hace unos veinte mil años. Esto se basa en las famosas puntas clovis, aparecidas por Nuevo México, cuando un joven indígena descubrió unos huesos en 1929 y a los que en 1932 el doctor Edgar Billings Horward verificó como pertenecientes a la cultura clovis, por el especial tipo de punta de flecha que encontró en el lugar. Datado en hace 13.500 años. Claro, ésta es la parte romántica, porque si nos atenemos a otros restos arqueológicos hallados al sur de Chile en 1976, que datan de hace 14.000 años, la idea de que los primeros americanos llegaron por el estrecho de Bering se derrumba por su propio peso, al igual que la creencia hasta hace poco tiempo de que procedían de Asia. Sin embargo, actualmente crece la posibilidad de que los primeros habitantes del continente llegaran por el Pacífico.

Fuere de la manera que fuese, lo cierto es que en la época prehispánica los rarámuris o tarahumaras eran un pueblo belicoso y de creencia politeísta. Vivían de la caza y la recolección principalmente, aunque también conocían la agricultura, cultivaban maíz, calabaza, chile y algodón. Organizados por grupos y cada uno de ellos tenía su propio dialecto y gobernantes, que se encargaban de defender el territorio y el orden interno.

Sus creencias iban más allá de la muerte, creían que había otra vida después de fallecer. De igual manera creían en seres buenos y malos, diferenciados en dos grupos, entre los benévolos estaban la luna, el sol, las serpientes, las piedras, el médico; los malévolos eran los señores del inframundo, los causantes y responsables de la muerte y los desastres naturales. Sus celebraciones y ritos giraban en torno a las cosechas, las victorias bélicas y la caza; adoraban al sol y la luna.

Fue a partir de 1606 cuando comenzaron a cambiar sus tradiciones, el año en que los primeros misioneros jesuitas tuvieron los primeros contactos con los indígenas de la sierra. Esta presencia provocó hostilidad por parte de los nativos, descontentos con la labor evangelizadora de los religiosos españoles. La primera revuelta, comandada por el jefe Combameai, tuvo como resultado la muerte de dos de los misioneros y como pueden imaginarse eso les costó a los indígenas rarámuri una fuerte represión por parte de los conquistadores españoles.

Poco después, entre los siglos XVII y XVIII, llegaron los primeros colonos y comerciantes españoles a la zona, que compraban las tierras a los nativos por mantas, sal, jabón y otros productos desconocidos para ellos. Comenzaron a obligar a los indígenas a trabajar en las haciendas y las minas por poco a cambio, otros que no aceptaban las normas impuestas por los forasteros decidieron emigrar a las partes más apartadas de la sierra, obligándoles al retorno de la vida seminómada que llevaban anterior a la llegada de los españoles. Fue en esos lugares, en lo más abrupto de la sierra, donde se asentaron las misiones, que en muchas ocasiones sirvieron para dar cobijo y refugio contra los abusos de los colonos. Estas circunstancias, el aislamiento, fue la ayuda necesaria para conservar su cultura y tradiciones, desarrollando un singular sincretismo religioso que todavía existe y es único en México.

La población total pertenecientes a esta etnia ronda los 120.000 en número de habitantes. Su lengua, tarahumara o rarámuri, la hablan alrededor de 88.000 personas y pertenece a la familia lingüística uto-azteca.

Su productividad económica se basa en la agricultura, la caza, el pastoreo y la recolección. Los suelos son pedregosos y pobres, características por las que sus cultivos son temporales y para el autoconsumo. Cultivan maíz y frijol principalmente. Fabrican hachas, arcos, telares de cintura y otros productos de artesanía que venden en sus tiendas. El ganado que crían es el vacuno, caballos, cabras, borregos y gallinas.

Sus casas o chozas están fabricadas con troncos de árboles colocados horizontalmente, especialmente en las laderas de las montañas, junto a los arroyos y en las altas mesetas. El techo es de tablas o troncos acanalados y suelen dejar la parte superior abierta para la salida del humo del fuego, prendido en el interior de la vivienda; el suelo es de tierra pisada. No utilizan sillas, ni mesas o camas, continúan con las mismas costumbres de la época precolombina.
Los utensilios tradicionales son los metates, jícaras, molcajetes, vasijas de barro y bateas. Duermen sobre tarimas de madera o pieles de cabras sobre el suelo y sus matrimonios son por lo general monógamos, aunque se dan casos de poligamia.

Los rarámuris son un pueblo muy religioso, con unas creencias sincretizadas entre el catolicismo, que aprendieron de los jesuitas durante casi 150 años que convivieron en la época colonial, y el chamanismo. Organizados espiritualmente en torno a los cantores y rezadores, los ancianos que conducen las ceremonias al ritmo de sus sonajas hechas de bules y a sus cantos guturales, en los que narran la vida de los animales del monte.