Tebacas


En las faldas de la Sierra Madre Occidental y a las riberas del Río Humaya se asentaba la nación Tebaca, ocupando parte de los municipios hoy conocidos como Culiacán, Badiraguato y Mocorito. Esta nación se componía de un conglomerado de pueblos indígenas, descendientes de los cahítas, que culturalmente fueron influenciados por las invasiones, primero de los tarascos o purépechas y posteriormente por las peregrinaciones de los nahuas o mexicanos. Dos de estos pueblos tebacas fueron los indios de capirato y los de comanito. La forma tradicional de estos pueblos sufrió un traumático revés cuando Nuño Beltrán de Guzmán apareció por sus territorios en 1531, al mando de un ejército compuesto en su mayoría por indígenas de otros lugares, según algunos historiadores estiman que pudieran haber sido tlaxcaltecas.

Los tebacas fueron conquistados y a renglón seguido pasaron a formar parte del sistema de encomiendas, que consistía en encomendar un número determinado de indígenas a un español para que percibiera de ellos un tributo y la prestación de limitados servicios personales. A finales del siglo XVI los tebacas ya estaban sometidos físicamente al nuevo sistema, pero no así en sus creencias religiosas. Sin embargo, esto no supuso un problema insalvable por parte de los conquistadores para acabar con cualquier resquicio de la cultura autóctona en detrimento de la recién llegada, los misioneros católicos hicieron pronto su aparición por las tierras conquistadas dando comienzo así la labor evangelizadora.

Pero no fue tan fácil como a priori podrían haber supuesto, la resistencia indígena al nuevo mandato foráneo se hizo patente y, ante tal persistencia, el gobernador de Nueva Vizcaya, previo acuerdo con el virrey Don Luis de Velasco y el superior provincial de la Compañía de Jesús, dispuso en el año 1591 comisionar a los padres jesuitas Gonzalo de Tapia y Martín Pérez para evangelizar la región de Sinaloa. Tres años más tarde, los jesuitas misioneros Hernando de Santarén y Pedro Méndez llegaron al pueblo Capirato procedentes de Culiacán. El destino de estos dos jesuitas era la Villa de Sinaloa, donde supuestamente les esperaba el padre Tapia, con quien pretendían reunirse en las misiones fundadas por éste último. Pero no fue así, el 13 de julio, día de la llegada, al pasar por la propiedad del Capitán Gaspar Osorio, se enteraron de que el padre Tapia había sido asesinado por los indígenas.

Al principio del siglo XVII, los tebacas también habían sido conquistados religiosamente. Don Lázaro de Arregui nos dice al respecto: "Todos tendrán 256 tributarios y más de 400 indios, que no tributan por ser nuevos, serranos y apartados de la comunicación de los españoles - que más de 200 fue yo padrino en el año 1607 que los bautizó el padre Florián de Ayerve de la Compañía de Jesús, fundador de la misión de Atotonilco - y toda esta gente es menos ladina que la atrás nombrada".

A mediados de este mismo siglo, en la jurisdicción de Capirato, perteneciente a la provincia de Culiacán, y en una superficie de aproximadamente 3352 kilómetros cuadrados, existía una densidad poblacional de 15 a 20 habitantes por kilómetro cuadrado. Entonces comienzan a formarse los primeros núcleos poblacionales en forma de ranchos, entre los que destacan El Platanar, Moholo Viejo, La Calera, La Majada, Palos Blancos y Las Cabezas. Respecto al control de los españoles sobre los indígenas nos dice Don Pablo Lizárraga: "San Juan de Capirato, que así lo nombran los manuscritos coloniales y hablan tanto de sus cerros volcánicos y de los ranchos de su alrededor, fue considerado como tantos otros como Pueblos de Indios y aun cuando en él vivían blancos, la autoridades que nombraban alcalde, siempre era un indio según se acostumbró en todo el Estado y en los pueblos grandes con blancos e indios, había dos alcaldes, el hispano y el indígena, caso Mocorito, y en aquellos de fundación puramente español como Culiacán, San Sebastián... el alcalde era un español...".

Los componentes de este extinto grupo indígena eran buenos cazadores, era su fuente de alimentación principal junto a la pesca en el río Humaya. De igual modo, la recolección de frutos silvestres y la agricultura tenían su protagonismo; cultivaban en las vegas de los cauces maíz, frijol y calabaza, que comerciaban con sus vecinos los tahues, menos belicosos que los demás pueblos costeros.
Los antiguos historiadores lingüísticos relacionaban a este grupo con los acaxees, sabaibos y xiximes. Ya que se cree que los tebacas y los sabaibos tenían dialectos parecidos.