Contemporanea en Buenos Aires: El cuerpo y sus nuevas formas

En la cartelera porteña son muchas las salas reconocidas con ciclos referidos al arte del movimiento. En la aparente pluralidad, el factor común es una estética que prioriza lo intelectual y escapa a las emociones y la plasticidad.


Que la danza es bailar y que el movimiento conecta al cuerpo con las emociones, ya fue. En sintonía con modas europeas, eso parecen indicar muchos espectáculos de danza contemporánea en Buenos Aires. Hacer una serie de pasos ligados está demodé. En su lugar, agotados de una época en la que, por el contrario, la danza se relamía en gestos grandilocuentes, muchos coreógrafos se niegan a bailar, y rechazan todo: la danza, el bailarín, el coreógrafo, el acontecimiento teatral mismo… Horror por elementos sospechosamente bellos o extracotidianos, y una vocación intelectual apoyada en citas políticamente correctas son el punto de partida (y de llegada) para parte de la creación porteña. Pieza para pequeño efecto, de Fabián Gandini, en Sala Escalada, lo confirma. La programación en el Centro Cultural de la Cooperación cumple con lo mismo: El milagro, de Gabily Anadón, y meses atrás, Ouroboro, de Luis Garay, y El borde silencioso de las cosas, de Lucía Russo.

Otra versión del vacío y del agotamiento creativo fue la exitosa (doble temporada: 2009 y 2010) Maneries, de Luis Garay, en el Camarín de las Musas. Allí, la bailarina Florencia Vecino exhibe formas no simétricas y resistencia física, pero la larguísima obra no se dirige (¿voluntariamente?) a ningún lado. También en el Camarín de las Musas –donde pasó el original dúo Muaré, de Natalia López y Marina Quesada– Jujuy, de Ana Garat, lanza a sus dos intérpretes al movimiento. Pero, incluso trabajando la temática del amor y de la pareja, rehúsa a traslucir emotividad, interrumpiéndola con la irrupción de objetos bizarros, como una máscara de vaca o un flotador.

En el extremo opuesto a estas estéticas, la programación de danza del teatro El cubo prefiere shows bien bailados y con humor. Así son las funciones de Surmenage à trois, con tres obras: Vinilo, de Gustavo Wons; 3 episodios insistenciales 3, una parodia al ballet a cargo de Karina K, y Urbanopolis, y de Alejandro Ibarra. Por su lado, bailar y bailar es consigna que permanece en el Ballet del Teatro San Martín que, en medio de la crisis, repone Carmina burana, de Mauricio Wainrot. Por su parte, Tangokinesis, la compañía de Ana María Stekelman, cada día baila mejor, con bailarines límpidos y sumergidos en el puro placer de bailar, estuvo en el Teatro del Pueblo. Ahí la coreógrafa ahora programa a colegas: Soledades alternas, de Jorge Amarante, Venecia sin ti, de Mónica Fracchia, y 4 sustancias, de Teresa Duggan. Promete espectacularidad, también, la nueva versión de Cabalgata, de Oscar Araiz, que estará en el Teatro del Globo en junio.

¿Es posible un equilibrio entre perspectivas contemporáneas, originales, atrevidas, y el viejo oficio de moverse con un manejo diferencial del cuerpo, la mente y el corazón? Sí. Así lo demuestra La que sepamos todos, de Rakhal Herrero, con la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, en el Centro Nacional de la Música: una brillante revisión de cuestiones urgentes, como la idea de “patria” y las relaciones de poder entre hombres y mujeres, sin escaparle a las emociones pero sin mojigaterías. Lo mismo sucede con el enervante cuadro familiar de otra obra que hizo segunda temporada (2009-2010): Los esmerados, de Silvina Grinberg, en Teatro Del Perro. Impecable es Alaska, de Diana Szeinblum, en Espacio Callejón: una pieza con aires a Pina Bausch, que logra construir un universo propio, silenciosamente angustiante, sin perder la apasionada entrega de los intérpretes. Criollo, de Gerardo Litvak, en El Portón de Sánchez, llegó para festejar que la danza contemporánea incluye, además de elaborados conceptos, movimiento: cuatro intérpretes masculinos, reivindicando pasadas (¿?) nociones de masculinidad entretejidas con un vocabulario gestual contrastante, bailan durante 50 minutos sin parar, al ritmo del malambo, música electrónica, tango y pericón.

Barrios inquietos
El recorrido por más danza contemporánea pasa por algunos de los cien barrios porteños. Querida Elena, una antigua casona remodelada, en La Boca, con obras en su interesante arquitectura. El Portón de Sánchez, en el Abasto, es, cumpliendo diez años de vida, sede permanente de la danza. Actualmente: Ras, de Roxana Grinstein; Serán otros los ruidos, de Vivian Luz, y Objetos, de Inés Armas y Fagner Pavan. Tal vez el viento, de Cecilia Elías, está en el Teatro del Abasto; y hay una profusa cartelera de danza en Pata de Ganso. En el Borges siguen ciclos de flamenco, tango, butoh e improvisación. En Palermo, No avestruz, y el Teatro del Sur, ubicado entre Boedo y Once, tienen huequitos para la danza.

Las visitas internacionales sorprenden: hace semanas, el performancero de contact-improvisación Andrew Harwood, de Canadá, bailó Living instinct en Pata de Ganso; y el 27 de abril, en el Centro Cultural Rojas, la compañía de danza checa Nanoach. De Brasil, el 27 de mayo, se presentarán Rodrigo Cruz y Rodrigo Cunha, con Dúplice, en el Centro Cultural de la Cooperación, dentro de las Jornadas de Investigación 2010, del Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA).

Analía Melgar
Fuente: Perfi, Celcit