Hinas


Los hinas fueron un pueblo indígena del estado de Sinaloa, México, concretamente desde el municipio de San Ignacio hasta San Dimas, en el estado de Durango. Estaban establecidos en San Sebastián de Guaimino, hoy conocido por Guaymino, y desde ahí ascendían en el territorio por el río de San Jerónimo de Ajoya y sus afluentes. Realmente no queda mucho dicho sobre ellos, pero sí algunos detalles que nos permiten pensar en el tipo de vida que llevaban, no muy diferente de otras tribus de su entorno y con similitud muy cercana a sus vecinos en cuestión de costumbres.

Al igual que sus vecinos, los xiximes y los humis, fueron un pueblo guerrero, seminómada, tres pueblos que mantenían una relación más cercana al odio que hacia otros sentimientos, pues siempre estaban en guerra constante entre ellos. Pero el más odiado de los pueblos para los hinas no era precisamente ninguno de estos dos, si no los acaxees.

Junto con los humis fueron evangelizados en las misiones de San Ignacio, San Javier, Ajoya, Cabazán, San Agustín y Santa Apolonia, todas dentro del territorio Sinaloa; no obstante su evangelización no se hizo efectiva hasta finales del siglo XVIII, cuando empezó el auge minero en la zona. Las causas de su extinción, entre otras, parecen que tuvieron mucho que ver con las epidemias y las constantes guerras que mantuvieron contra los españoles.

Según Nicolás Castañeda Lomas y Luís Antonio Martínez Peña, autores de "La Pesca, una actividad prehispánica en el sur de Sinaloa", "Mientras que los pueblos costeros totomares se caracterizaban por tener una vida sedentaria y especializarse en la pesca y recolección de sal, los pueblos serranos (coras, tepehuanes, hinas o tepuxtlas) tenían escasa sedentarización, practicaban una pobre agricultura que se complementaba con la recolección de frutas y miel, recorriendo los montes, así como con la cacería. Cuando bajaban a la costa, lo hacían en incursiones guerreras o a intercambiar (en forma de trueque) sus excedentes por productos marinos con los pueblos totomares.

Los pueblos serranos buscaban sal, carne y pescado, que eran productos que ellos no poseían; por su parte, los pueblos totomares recibían a cambio mezcal, caña dulce, maíz, frijol, mieles y vinos.

De esta manera, durante la época prehispánica y durante la colonia se establecieron diferentes rutas comerciales, tales como la ruta comercial de Acaponeta rumbo a Durango y Zacatecas, la cual era la más antigua y común, y la ruta comercial de occidente, mediante la cual se hacían llegar productos del mar hasta el centro del país".


Guaymíes (Ngöbe)


Cuando los conquistadores españoles llegaron a lo que hoy conocemos como la Reserva o Comarca en el Oeste de Panamá, encontraron a tres tribus distintas de indígenas, con idioma y jefes diferentes. Cada uno de los grupos se llamaba al igual que el jefe que los gobernaba, así era Nata en la provincia de Coclé, Parita en la Península de Azuero y Urraca en la provincia de Veraguas. Este último era el mayor de los jefes y el más conocido a día de hoy. Fue tanta la oposición a que su pueblo cayera en el sometimiento de los extranjeros llegados por mar que después de tanto batallar obligó al capitán español Diego de Albítez a firmar un tratado de paz en 1522. El hecho de que Urraca muriera como hombre libre nueve años más tarde del mencionado tratado, en 1531, dice de la resistencia que opuso para la dignidad de su pueblo. Según Bartolomé de las Casas, Urraca fue apresado y encadenado, lo enviaron a Nombre de Dios, en la costa atlántica, pero el cacique indígena se escapó y se refugió en las montañas; prometió que su lucha contra los españoles sería hasta la muerte, y así fue. Era tan temido por los españoles que evitaban enfrentarse a sus hombres.

Durante la colonización, el pueblo guaymí nunca se rindió, siempre lucharon hasta que, en el siglo XIX, Panamá se unió a Colombia; para entonces los guaymíes se habían dividido en dos grandes grupos. Por un lado los de las tierras bajas en la costa del Atlántico y por otro los que habitaban los bosques tropicales en las tierras altas de las provincias de Veraguas y Chiriquí. A este grupo último no parece que la independencia de España y la unión al país vecino de Colombia le influyera en aceptación, o colmara sus deseos, de escapar del dominio español; sin embargo, con el paso del tiempo fueron asimilando la nueva situación y adaptándose a la sociedad moderna.

El pueblo Guaymí es el grupo étnico más numeroso de cuantos existen o habitan en Panamá, se calculan en numero de personas cercano a los 250.000, con un alto índice de natalidad existente. La mayor concentración de guaymíes se localiza en las provincias de Chiriquí, Bocas del Toro y Veraguas, en Panamá; de igual manera, un numero considerable de guaymíes se hayan en el pueblo costarricense de Conte, en el extremo sur del país, donde emigraron desde cincuenta años atrás en busca de trabajo en las fincas cafetaleras. La zona que habitan está denominada como "La Comarca", una región a la que el gobierno panameño otorgó un cierto reconocimiento especial semejante a una comunidad autónoma, lo que ha propiciado que se conserven sus raíces y tradiciones culturales de la etnia. La comarca Ngöbe-Buglé está gobernada por sus Caciques Generales, Caciques Regionales, Jefes Inmediatos, Voceros y Comisionados, los que llevan a cabo Congresos Nacionales donde dirimen las cuestiones más importantes de la comunidad.

Los guaymíes descienden de los Chibchas, que abarcaron Centroamérica y llegaron a constituir la zona más poblada de la zona intermedia, entre los imperios mexicanos e inca. Guaymí es el término que tradicionalmente se utilizó en la región Ngabe, derivado de la expresión Buglere "guaymiri". El idioma español no contiene el sonido que representa el ä, es el motivo por el que los periódicos locales u otros medios impresos suelen escribir el nombre de la etnia erróneamente, como Ngabe, Ngobe o Ngöbe. El idioma hablado por los Ngöbe se llama Ngäbere, y tanto esta lengua como la Blugere pertenecen a la familia lingüística chibcha; mutuamente ininteligibles entre sí.

Los guaymíes son trabajadores especializados en el cultivo del café y en sus aldeas suelen cultivar yuca, arroz, frijoles, maíz, banano, cacao, otóe, pixbae, coco, ñampi, plátano, ñame y caña de azúcar; para su autoconsumo se dedican a la crianza de animales como el puerco (cerdo) o las gallinas, entre otros. La emigración que se produce en los meses que dura la recolección del café es importante, miles de ellos se trasladan a las zonas cafetaleras del país, como Boquete, Volcán y Renacimiento. Sus economías también se soportan, aunque mínimamente, en los trabajos de artesanía que elaboran, tales como los bolsos o "chácaras", hechos con pita y que los fabrican en distintos tamaños, desde monederos hasta grandes bolsas que sirven para transportar incluso a niños. Las gargantillas llamadas chaquiras las elaboran de cuentas, conchas y huesos, de distintos colores y diseños geométricos. La situación económica de los Ngöbe es precaria, aún así tienen acceso a cuidados médicos las 24 horas del día.

La poligamia es algo usual entre los guaymíes, es más, un hombre que posea varias esposas está considerado como un hombre próspero. Por lo general la mayor de las esposas es la que posee mayor rango y ejerce cierta autoridad entre las demás; normalmente cada esposa vive en choza independiente de las demás con sus hijos, pero en ocasiones en las que los recursos económicos son mínimos viven todos bajo el mismo techo. Son caseríos o pequeñas aldeas que están formadas por conjuntos familiares de 2 a 6 chozas, sencillas, en forma circular, con las paredes y techo vegetal y el suelo de tierra; generalmente disponen de dos cocinas o fogones, una en el interior y otra exterior. En Bocas del Toro se encuentra una variante de las viviendas, adaptadas al terreno, son cuadradas o rectangulares y se soportan sobre pilares de madera a lo largo de las playas y costas.

La religiosidad de los guaymíes se basa en los espíritus, divididos entre buenos y malos, y ante cualquier suceso o fenómeno inexplicable siempre existe el espíritu causante o responsable de lo acaecido o acontecido. Entre sus costumbres tienen enorme importancia los curanderos, a los que llaman "Sukia", conocedor de la botánica de la zona y a quien se entregan para sus curaciones. Estos personajes, también suelen ser el presidente de todas las reuniones o actos sociales de la comunidad.

Guatusos (Malekus)


La historia de este pueblo costarricense cuenta que siempre mantuvo su hostilidad hacia los conquistadores españoles, los que nunca consiguieron someterlos. Se ubican en las llanuras del norte del país, en tres asentamientos, El Palenque Margarita, Tonjibe y El Sol, en el Cantón de Guatuso, provincia de Alajuela, Costa Rica. Es una de las etnias más pequeñas del país, tanto en territorio como en número de habitantes, según el INEC, 2000, la población indígena asentada en dicho territorio es de 460 personas, concentradas en estos tres ranchos mencionados, llamados "palenques", y que son varias familias unidas por parentesco que conservan sus rasgos físicos y expresiones culturales.

Los guatusos o malekus, junto a los bibrí y cabécar, fueron tres grupos que nunca consiguieron conquistar los españoles durante el periodo colonial y su presencia no se comienza a notar hasta el siglo XVIII, en 1719, conociéndose como "indios guerreros del Río Frío". En 1750, el religioso Francisco Zepeda, menciona haber encontrado unas 500 casas de indios, que los acogieron amigablemente, en las cabeceras de los afluentes del río San Juan, sobre la cordillera de Tilarán, que durante las épocas lluviosas la gente construía sus casas en los árboles para evitar las inundaciones, y que entre ellos los había indios rubios y blancos. Algunos años más tarde, en 1778, es el padre Tomás López, prior de San Francisco de Térraba, el que conoce de su existencia por los residentes de Orosí y Tortuga, en las costas de Nicaragua, y probablemente pertenecientes al grupo Rama, como "numerosos y fieros guerreros que viven en las cabeceras del Río Frío". El concepto que de los guatusos tenían los indios de Orosí y Tortuga se debía a la enemistad creada a raíz de unos enfrentamientos que tuvieron anteriormente y que dejaron un balance de cinco muertos a manos de los guatusos. Pero para el padre Tomás López esas hostilidades no fueron excusas suficientes y en 1783 intentó una excursión a las cabeceras del Río Frío, navegando sobre el Río La Muerte, y lo que encontraron fue una andanada de flechas. López decidió continuar solo y ordenó a sus compañeros que abandonaran y huyeran río abajo.

A su osadía no se le puede negar valentía, pero tampoco una descabellada desfachatez, cuando, crucifijo en mano, se presentó a los guatusos o malekus. El resultado es fácil de adivinarlo, y para los que creyeran en un resultado feliz siento desilusionarlos, porque, la tradición oral de los malekus aún conserva la memoria acerca de un cura capturado en el Río La Muerte y ejecutado posteriormente. Esta desafortunada aventura parece que animó a otros religiosos, como Zepeda y Adán, a interesarse por la evangelización de otros grupos étnicos y a olvidarse de los malekus, al menos eso parece ser, porque, según Castillo 2004: 86-92, "no parece haber infiltraciones de la doctrina cristiana en el sistema de creencias de este grupo".

Aún así, no parece que estos del padre López fueran los primeros contactos que tuvieron los guatusos con el hombre blanco. Una leyenda cuenta que un estudiante de teología en León desapareció en las faldas del volcán Tenorio, que su padre lo fue a buscar y que lo único que encontró fue a la mula atada a un árbol y algunos de sus objetos que le pertenecían. Nunca más se supo del levita, aunque se supone que los indios corovicíes lo habrían matado, pues por esos tiempos hacían incursiones en sus antiguos dominios. No obstante, existe otra creencia, la de que convivía con ellos predicando la doctrina cristiana, según las palabras de cuatro indias que fueron capturadas por aquel entonces. Sobre él se dejó escrito: "siguió el estado eclesiástico y se ordenó de epístola, pero por ciertas desazones y reprensiones que tuvo con su prelado el Sr. Obispo de León, se llenó de melancolía y fingiendo a sus padres que iba a cazar se huyó de su compañía y montando la cordillera de Tenorio, se pasó a vivir con los Huatusos" (J.E.P. Margarita: 2001: 10).

Luego vino el contacto con el comandante del Fuerte San Carlos, Trinidad Salazar, en 1849, que subió el Río Frío con muchos soldados nicaragüenses en grandes botes y fueron atacados con flechas por los guatusos, mientras acampaban en uno de los bancos del río, matando e hiriendo a muchos de ellos. De todos los que consiguieron escapar con vida, ninguno pudo dar fe de haber visto a uno solo de los indígenas asaltantes. Más tarde vinieron otros contactos como el que llevó a cabo el Capitán Parker, ex Texas Ranger y ex filibustero residente en San Juan del Norte, que a diferencia de otras veces no fueron atacados y los indígenas huyeron de sus ranchos a lo largo del río. En el siglo XIX, los malekus, tuvieron otra de sus luchas por la defensa de sus territorios, contra los huleros nicaragüenses y de la que salieron mal parados. Fue en 1868, cuando una pequeña partida de huleros bien organizados y armados dieron muerte a cientos de malekus junto a su jefe de guerra Urojua, en la batalla del Río La Muerte. Más tarde, entre 1870 y 1910, los miembros de la tribu decayeron por distintas causas, entre ellas la muerte a manos de los huleros, capturados y vendidos como esclavos en Nicaragua, muerte por maltrato antes de ser vendidos o víctimas de las enfermedades del viejo continente. A lo largo del siglo pasado fueron otras las injusticias que el pueblo guatuso padeció, como la represión de sus costumbres ancestrales a manos de la policía hasta ir perdiendo sus tierras y reducidos a pequeñas áreas marginales en la actualidad.

La clasificación de su familia lingüística es Chipcha-Guatuso, relacionada con el idioma Rama de Nicaragua. El nombre Maleku significa "persona", y en plural, maleku marama, quiere decir "nuestras personas".
Sus asentamientos se conservaban aún a primeros del siglo pasado como antiguamente, en palenques diseminados a orillas del Río Frío, y en sus alrededores sembraban plátanos, yuca, maíz, caña ojoche y cacao. Los construían sin paredes, con techos de palma suita o de corozo. Actualmente sus asentamientos han cambiado siguiendo los proyectos de viviendas gubernamentales, grupos de viviendas muy juntitas, agrupadas, separadas por unos pocos metros. Hechas de cemento y madera, techos metálicos y pisos de concreto.
La economía maleku está basada en las prácticas relacionadas con la caza, la producción agrícola y artesanal, donde recrean técnicas y diseños tradicionales elaborados con materias primas naturales, como el jícaro, semillas, balso y otras.
Sus creencias religiosas se basan especialmente en tabúes alimenticios y ceremonias especiales, entre las que incluyen bebida de chicha, danzas y cantos. Los videntes tienen una especial relevancia e importancia en el apartado religioso, aunque el último vidente maleku murió en 1958, sin dejar heredero, al que se le daban ofrendas de semillas de cacao.

Guarijíos


Las referencias históricas prehispánicas de los guajrijíos son muy escasas, lo que pone muy difícil precisar su territorio y toponimia original, aunque se considera que coincide con el que han conservado y donde se les puede localizar. De hecho, existen algunas referencias en forma de imágenes rupestres dispersas por la región y que se las atribuyen a sus antepasados en tiempos cuando vivían en cuevas o regiones como La Mesa Matapaco; algunas de estas pinturas rupestres, como las de El Cura, han sido parcialmente destruidas por las corrientes del arroyo. Su historia queda más en referencias de otros grupos con los que están relacionados, como los tarahumaras o los mayos, que en las suyas propias; la cultura guarijía emerge como un vinculo que relaciona a los tarahumaras con los cahítas y tienen una cercana relación con los yoreme-mayo.

Este grupo étnico se autodenominan macurawe o macoragüi, que viene a significar algo así como "los que agarran la tierra" o "los que andan por la tierra"; sin embargo, anteriormente también fueron nombrados por los misioneros jesuitas con otros nombres como ihíos, varohíos, guarojíos y guarijíos, siendo estos dos últimos los únicos que se conservan para referirse a ellos. El primer término, guarojíos, se utiliza para nombrar a los que habitan en el estado de Chihuahua y guarijíos para referirse a los que lo hacen en el de Sonora y que están relacionados con los yoreme. Es principalmente en los municipios de Álamos y Quiriego, en el suroeste del estado de Sonora, colindando con el de Chihuahua, donde se localizan actualmente, en la falda de la mexicana Sierra Madre. Un terreno escabroso y de escasas planicies; por donde cruzan varios arroyos y ríos, como afluentes del río Mayo, entre los que están el arroyo Guajaray y el Mochibampo.

Los primeros datos referentes a la evangelización en la región son hacia 1620, comenzando primero con los chípinas para atraer gradualmente después a los guarijíos. Pero no tardaron en llegar las primeras insurrecciones contra los conquistadores, una docena de años más tarde, en 1632, se inició el levantamiento de los chípinias, guarijíos y guazapares, rebelión originada por el asesinato de dos de los misioneros, fruto del descontento que reinaba entre los indígenas contra los extranjeros. El resultado fue una fuerte represión por parte de los españoles. Lo que ocasionó que los guarijíos se desplazaran a lo que hoy es el Estado de Chihuahua; con el paso del tiempo, algunos de los emigrados, regresaron a sus territorios originales y en cambio otros prefirieron quedarse en la otra parte de la sierra.

Esta división de los guarijíos los dejó en dos grandes núcleos; los de Chihuahua más emparentados lingüísticamente con los tarahumara y los de Sonora con los cahítas, representados por los yoreme mayo. A partir de aquel suceso histórico son pocas las referencias que quedaron de los guarijíos en la región, en lo que influyeron que los desplazados fueran a otros lugares más aislados, por una parte, y por otra el importante desarrollo industrial de la minería y la ganadería, que dieron forma a la ciudad de Álamos. Esta circunstancia provocó que los guarijíos se diluyeran y se confundieran con los mayos. Se les aisló y quedaron fuera del proceso de mestizaje, no se les integró, y como no le reconocieron su identidad propia se creó un espacio que les permitió su sentido de grupo, lo que los mantiene unidos culturalmente en la actualidad. En la historia reciente de los guarijíos confluyen tres elementos fundamentales: la recuperación del territorio, su identidad y la apertura de nuevas alternativas para el desarrollo colectivo.

La lengua de los guarijíos pertenece al grupo nahua-cuitlateco, tronco yuto-nahua de la familia prima-cora. Se le reconocen dos variantes, relacionadas con otros dos grupos étnicos, como son los tarahumaras y los mayo. No obstante, los dos mil guarijíos que hablan su idioma también utilizan el español, a excepción de algunos ancianos que no lo hablan.
Sus viviendas son de adobe, con postes de madera y techos de tierra o palma, con una o dos habitaciones y una enramada anexa, hecha de varas, ramas y palma. Su asentamiento es disperso y sus viviendas suelen encontrarse en grupos de dos o tres casas, especialmente en lo alto de los cerros, cerca de arroyos y pozos de agua.

Su organización social está basada en núcleos familiares, donde comparten las tareas cotidianas. La construcción de las casas es tarea de los hombres, cortan y acarrean los materiales y hacen el adobe. El trabajo agrícola es familiar y el pastoreo de ganado y las actividades de beneficio colectivo se hacen a través de la Asamblea General. La agricultura practicada por los guarijíos es temporal y de autoconsumo, basada en el maíz y el frijol; eventualmente también producen y comercializan ajonjolí y chile chiltepin. Su artesanía es importante para sus economías, con materiales naturales como palma, barro, ramas y fibras, elaboran cestos, petates, sombreros, angarias o angarillas, etc. De interés son sus mascaras en San Bernardo, de pascola y de algunos personajes relacionados con la fiesta de la cava-pizca; de igual manera son vistosos los pájaros y otros animales silvestres hechos con madera de torote, en distintos y bellas combinaciones de colores.

Sus creencias cosmogónicas tienen mucho que ver con los tarahumara y los mayo, y expresan su visión del mundo por tradición oral, con cuentos, leyendas y anécdotas, o con los cantos de la tuguraga. Una de sus leyendas cuenta que una pareja de gigantes se comía a los niños y no dejaban a nadie vivir en paz, una vez los invitaron a comer y les dieron chilicotes y así murieron. Su religiosidad combina los elementos prehispánicos con los católicos.

Guamares


Como casi todas las naciones chichimecas, los guamares también eran cazadores-recolectores aunque tenían un grado cultural superior que los zacatecos y guachichiles, tenían sus adoratorios y conocían la agricultura. Esta etnia extinta habitaba una gran parte del territorio que hoy conocemos por el estado mexicano de Guanajuato, aunque sus incursiones llegaban a Jalisco y Lagos, algunas de sus bandas llegaban hasta el estado de Querétaro. El desarrollo cultural de este pueblo chichimeca fue relativamente escaso, al igual que los otros cinco que conforman el grupo, esto se puede entender y achacar en parte por su "nomadismo", su cultura se puede calificar como pobre si la comparamos con los otros pueblos o etnias de Mesoamérica. Aún así, consiguieron edificar templos-fortaleza, en un medio desfavorable, una zona árida donde las lluvias son escasas y el clima cambia según la altitud.

En el siglo XVII, Gonzalo de las Casas, dejó escrito sobre el indio guamar: "El más valiente, más belicosos, traidores y destructivo de todos los chichimecas, y el más astuto". A los guamares también se les conocían por los "chichimecas blancos" o ixtlachichimecas, no porque la pigmentación de su piel fuera más clara y de distinta tonalidad a los componentes de los otros pueblos del grupo chichimeca, si no por el color de las tierras donde vivían, entre calichales y tierras salitrosas. A la familia guamar debieron de ser los pueblos a los que los españoles señalaban como del Xiconaque y Cuxtique. La historia refleja que para los colonizadores, en las primeras décadas de la Villa de Lagos, los guamares se convirtieron en la nación más valiente, belicosa, indómita y salvaje de todos los chichimecas. Cuando llegaron los españoles el territorio que ocupaban era conocido como Pechichitane o Chichimequillas, y los xiconaques y custiques, enemigos hasta entonces entre sí, se unieron para luchar contra el enemigo común, el hombre blanco.

Todos los pueblos chichimecas participaron en la resistencia indígena que se originó contra los españoles, y mientras otros como los guachichiles se dedicaban a asaltar rebaños, pastores y caravanas en San Felipe, los guamares hacían lo mismo por su cuenta, atacando estancias ganaderas en la sierra y asaltando caminos por donde transportaban mercancías a las minas. De 1560 a 1570 comenzaron a atacar a los poblados de colonizadores españoles y los que estuvieron retenidos, que fueron apresados, fueron sometidos a un proceso de aprendizaje cultural del que se encargaron los frailes, y de lo que los indios guamares sacaron partido porque, a la destreza en el manejo del arco y las flechas, la macana y la lucha corporal, sumaron el montar a caballo, a manejar las espadas, los arcabuces y otros conocimientos. Los guamares se convirtieron en un astuto y peligroso enemigo para los invasores, a los que intimidaban con sus pinturas faciales y corporales, sus gritos y cantos bélicos, con sus ataques nocturnos y la mejor adaptación que tenían al medio ambiente, a la limitación de agua y alimentos.

Lo que se conoce como la Rebelión de los guamares, fue un movimiento indígena en la región de Guanajuato, que se inició entre los años 1563 y 1568, contra las autoridades del virreinato de Nueva España, unos episodios de la historia que se conocen por los relatos de don Pedro Ahumada de Sámano, el que puso fin al levantamiento. En 1963 los guamares destruyeron el asentamiento de Pénjamo y más tarde atacaron Comanja y asesinaron a todos los españoles que allí se habían asentado, sólo quedaron dos supervivientes. En 1569 atacaron y tomaron el puerto del Robledal, cercano a Guanajuato, y llegaron hasta Xilotepec. La historia también nos deja la creencia de que no actuaron solos, si no que tuvieron como aliados en ocasiones a los indios catequizados de San Miguel y Pénjamo.

*Consultar Chichimecas



Guachichiles


Los guachichiles eran uno de los seis pueblos que integraban el grupo étnico llamado chichimecas, junto a zacatecos, pames, guamares, caxcanes y tecuexes. El nombre lo recibieron por su costumbre frecuente de pintarse la cabeza de colorado, también los había que se colocaban unos bonetes puntiagudos de cuero colorado que les daban apariencia de gorrión. El término guachichil proviene del náhuatl, Quachíchitl, que significa "gorrión"; "cabeza" viene de quaitl y chichiltic quiere decir "cosa colorada o bermeja". Su territorio se situaba donde actualmente se encuentran los estados mexicanos de San Luis de Potosí, Zacatecas, el sur de Coahuila y parte del norte de Jalisco. Ocuparon todo el Altiplano Potosino, parte de Guanajuato, Jalisco y Zacatecas; la zona se extendía desde el sur, por el río Lerma o Grande, en Michoacán y Guanajuato, hasta las tierras de Comanja y, en los límites con la zona de Ríoverde, el lindero subía hacia el norte.

El pueblo guachichil era considerado valiente y guerrero, y sobre ellos dejó escrito Gonzalo de las Casas: "Ocupan mucha tierra y así es la más gente de todos los chichimecas y que más daño han hecho. Hay muchas parcialidades y no se conocen bien todas". Fue un pueblo rebelde que no se dejó conquistar fácilmente, para ello los españoles tuvieron que utilizar a los tlaxcaltecas, introduciéndolos en su territorio para civilizarlos y cristianizarlos, pues se le consideraba un pueblo salvaje. En la actualidad se le tiene por extintos, aunque en el estado de Coahuila, en el municipio de Arteaga, cerca de Saltillo y por la carretera 57 rumbo a Matehuala, San Luis de Potosí, existe una población con el nombre de El Huachichil, donde se dice quedaron asentados los últimos indios guachichiles; una zona boscosa donde abunda la caza y los llamados frutos regionales, tales como los dátiles, flor de palma, cabuches, nopales, etc. Por este detalle histórico a los pobladores actuales se les puede considerar como descendientes de los antiguos guachichiles.

Los guachichiles se sentían como los hijos del viento, hasta tal punto que no utilizaban tumbas o cementerios para enterrar a sus muertos. Las cenizas de sus difuntos las recogían en una bolsa de gamuza fajada a la cintura; las cenizas que no pertenecían a sus seres allegados, a excepción de los nervios de la espalda que la utilizaban para atar el pedernal a la flecha y algunos huesecillos como trofeo, las lanzaban al aire. Pensaban que polvo eran y al polvo volvían. No entendían de altares ni adoraban a ídolos o dioses, lo más religioso que se podría entender eran las exclamaciones que lanzaban al cielo mirando a las estrellas, para librarse de los rayos y los truenos u otras fuerzas sobrenaturales.

Como decía anteriormente, los guachichiles no fueron presa fácil para los extranjeros que invadieron sus tierras y modo de vida, su rebeldía fue la causa, entre otras, por la que sufrieron una de las más extensas y cruentas persecuciones que sufrieron los nativos indígenas. Fue a partir de 1550, cuando se comenzaron a dar los asaltos a los nuevos habitantes llegados del exterior, junto a los guamares y otros pueblos chichimecas, motivo por el que el Virrey Don Luis II de Velasco comisionó a Herrera para castigarlos.

El 4 de marzo de 1592, Pedro de Anda fundó el Real del Cerro de San Pedro y Minas del Potosí, pero ante la falta de agua para el consumo humano en el lugar hubo de buscarse en los territorios próximos y se encontró al este de la mesa del Anáhuac, donde los españoles se asentaron. Para este asentamiento fueron removidos de sus territorios a los grupos nativos, guachichiles y tlaxcaltecas. Estos últimos pronto comenzaron a manifestarse hostilmente contra sus vecinos indígenas apoyados por los españoles, lo que originó la distribución de la comunidad de San Luis de Potosí bien diferenciada entre guachichiles, tlaxcaltecas, tarascos, zacatecas, chichimecas, chichimecas-pames de Santa María del Río, otomies y españoles extremeños cuando la procedencia era incierta.

La ciudad de San Luis de Potosí nació de la riqueza minera existente, en noviembre de 1592, fundada cuando el indio guachichil de nombre Moquamalto se rindió ante fray Diego de la Magdalena y el capitán Miguel Caldera, en lo que hoy se conoce como Plaza de los Fundadores. A la riqueza de lo que el oro significaba acudieron foráneos de otros muchos lugares y culturas, lo que propició una ciudad multiétnica y multicultural, originando así un verdadero crisol de mestizaje único, no sólo en México si no en toda Latinoamérica.


*Consultar Chichimecas




Garífunas


Los garífuna son un ejemplo claro del encuentro entre dos mundos, o mejor de tres, pues los europeos en un principio sólo tuvieron el deshonroso honor de acercar a los africanos como esclavos a las tierras arrebatadas a los nativos del nuevo mundo. Luego el tiempo se encargó de unir a representantes de dos continentes para crear un único pueblo, garífuna o garinagu, término usado para la colectividad de las personas. Este grupo afro descendiente se extiende por varias regiones de Centroamérica, Caribe y Estados Unidos, en Honduras, Belice, Guatemala, Nicaragua, el sur de México y Estados Unidos. La población representativa de esta etnia se calcula en 600.000 personas que también son conocidos por Garifune o Caribes negros.

El año 1635 es la fecha en la que se da por punto de partida en la creación de este pueblo, cuando dos barcos españoles que transportaban esclavos desde Nigeria hasta las Indias Occidentales fueron a pique. La providencia quiso que los dos navíos naufragaran cerca de la isla de San Vicente, una oportunidad para recuperar la libertad robada que los africanos no dejaron escapar, lo que consiguieron alcanzando la isla, donde los caribes les recibieron y ofrecieron protección. La unión entre indígenas y negros no tardó en llegar y entre ellos formaron el pueblo garinagu, un nombre que derivó en Kalipuna, término que usaron los caribes para referirse a ellos. Pero no sólo fueron los esclavos que escaparon de aquellos dos barcos españoles la parte foránea de aquella unión, también se fueron uniendo los esclavos que los caribes capturaron en sus luchas contra los ingleses y franceses en las islas vecinas.

Sin embargo, las aguas de la historia de este pueblo no dejaron de agitarse y continuó dando tumbos en el siglo siguiente, en 1796, cuando los ingleses invadieron la isla de San Vicente y se opusieron a la alianza de los franceses con los caribes, a los que habían conquistado. Fue entonces cuando a los caribes negros los consideraron enemigos y los deportaron, primero a Jamaica y más tarde a la isla de Roatán, Honduras. Los ingleses los separaron por los rasgos, a los que mantenían apariencia indígena les permitieron quedarse en San Vicente y a los más negros los deportaron declarándolos como "reales enemigos". De los aproximadamente 5.000 caribes negros deportados a Roatán sólo la mitad sobrevivió a la deportación, la causa principal fue que la isla era demasiado pequeña e infértil para mantener a la nueva población. Ante esta circunstancia los garífunas pidieron a las autoridades españolas que gobernaban Honduras, que les permitieran asentarse en tierra firme, permiso que recibieron pero a cambio de usarlos como soldados, y de esta manera se extendieron por la costa centroamericana del Caribe.

Los asentamientos garífunas actualmente se localizan en el Golfo de Honduras, al sur de Belice, en la costa guatemalteca en los alrededores de Livingston, en ciudades costeras de Honduras y Nicaragua, sur de México y varias ciudades de Estados Unidos. Por lo general los garinagu tienen al español como idioma materno, salvo en Belice y Estados Unidos, que suelen tener el inglés; pero en todos los casos practican una lengua en común que hablan la mayoría de garífunas, el Igñeri, una mezcla del Arahuaco, Francés, Suahili y Bantú. Las características culturales en la sociedad garífuna no ha sufrido muchos cambios en los últimos años y se manifiesta en su estructura social y familiar, tan peculiar y arcaica. Conservan muchas de sus costumbres como las danzas circulares, el baile Punta, sus cuentos y leyendas, prácticas religiosas, el cultivo del banano y el sacrificio de gallos y cerdos entre ellos mismos.

La manera de subsistir aún se basa en el cultivo, que tiene un importante potencial de producción, aunque los jóvenes piensan diferente y creen que los cultivos, aún siendo una tierra fértil, no son una buena fuente de ingresos y prefieren la pesca que genera dinero más rápido. La mayoría de los garífunas son pobres y eso lo reflejan las estadísticas, que dicen que más de un 70% de los niños menores de 12 años sufren malnutrición severa y que tres de cada diez niños mueren antes de cumplir los dos años de edad. Los descendientes de los caribes negros no creen en la política, piensan que son demasiado pacíficos y para solucionar sus diferencias prefieren el diálogo entre las partes enfrentadas sin la necesidad de la intervención de la fuerza policial.

Sus viviendas tradicionales son pequeñas champas elaboradas con palma, caña de azúcar, el techo de paja y el suelo de tierra apisonada, aunque en los últimos tiempos se está generalizando el uso de bloques de cemento y las placas de zinc en el techo.
En sus creencias religiosas se han incorporado elementos católicos, pero su religiosidad está basada en el llamado Gubida garífuna, que es la concepción de los sueños y los rituales de posesión de conciencia en estados alterados, por los participantes y los creyentes, causada por la posesión de una entidad espiritual.





Cuicatecos


El origen del pueblo cuicateco se desconoce, sin embargo, se le ha relacionado con los grupos mixtecos por su idioma, por haber emigrado a esa región los grupos dispersos toltecas tras la caída de Tula en el siglo XI, derrotados por los chichimecas. Aunque todavía no se han estudiado en profundidad las ruinas arqueológicas del territorio cuicateco, sí se conocen algunos detalles referentes a la historia de este pueblo oaxaqueño, en especial las de Concepción Pápalo, Tecomavaca y Quiotepec. En este último lugar, son grandes fortalezas al parecer de origen tolteca, y en todas las zonas arqueológicas se han encontrado objetos de jade, obsidiana y oro, lo que parece confirmar la primera teoría o hipótesis. Aún así, no todo está claro, porque también los hay que discrepan de esa posibilidad por la razón de que sólo por el dominio que ejercieron sobre ellos imponiéndole su idioma no se les puede emparentar con la familia tolteca o mixteca.

Lo que sí se sabe de los cuicuatecos es que los que se establecieron a orillas del río Cuicatlán fueron invadidos por gente de Almaloya. No obstante, consiguieron liberarse de ellos, eso sí, con ayuda del señorío mixteco de Yanhuitlán, pero no fue una ayuda desinteresada la que les sirvió para librarse de los invasores, tuvieron que pagarles tributo. Los mixtecos fundaron el señorío de Teutila y con ello sometieron a cuicatecos, chinantecos y mazatecos, pero parece que no solo los mixtecos tuvieron injerencia en el territorio cuicateco antes de la llegada de los españoles, también injirieron los zapotecos.

La localización del territorio cuicateco se sitúa en el estado mexicano de Oaxaca, en el noroeste, su área comprende aproximadamente 8.400 Km2, donde se incluyen los municipios de Concepción Papalo, San Juan Tepeuxila, Santa María Tlalixtac, San Pedro Teutila, San Francisco Chapulapa, Santiago Huaclilla, San Juan Bautista Cuicatlan y Santiago Nacaltepec, la mayor parte en el distrito de Cuicatlán y una porción de Nochistlán. La zona que habitan se ubica en la Sierra Madre Oriental, donde se forman las Sierras de Pápalo y Teutila. Con grandes cañadas, ríos caudalosos en tiempo de lluvias y un clima templado en las partes altas, en las bajas tropical. La población cuicateca actual presenta grandes rasgos físicos y culturales mestizados, debido al constante trato con habitantes blancos y negros del lugar.

Cuicatlán significa en náhuatl "lugar de encanto" o "lugar de cantores" y su idioma, el Cuicateco, pertenece al grupo otomangue, tronco savizaa de la familia mixteca. El Instituto Lingüístico de Verano, según Nolasco (1972), ha registrado sólo dos variantes dialectales del cuicateco. Según Basauri (1990), el cuicateco es una lengua polisintética, esto es que cuenta con raíces en torno a las cuales se agrupan otras palabras y partículas para matizar el significado. Se podría decir que el cuicateco es una lengua especialmente musical y que, seguramente y en los tiempos de esplendor, los antiguos cuicatecos eran aficionados al canto y poseían una cierta capacidad significativa para este arte. En el antiguo México el canto era una de las artes más socorridas y metafóricamente significa sabiduría, por el canto se transmitía los conocimientos para acordarse de las historias que se aprendían, ya que las culturas originarias eran fundamentalmente audiovisuales, sus códices no eran libros al estilo occidental si no más bien recursos nemotécnicos. La población cuicateca actual en número de habitantes es 18.500, de los cuales 1.300 son monolingües. Sus relaciones con otras etnias vecinas son abiertas y amistosas, con chinantecos, mazatecos y mixtecos, además conviven en la zona con población mestiza. En algunos municipios y poblados incluso viven conjuntamente con otras etnias siendo frecuente la exogamia de grupo, es decir, el matrimonio entre personas de distinta afiliación étnica.

La economía de esta etnia está basada en la agricultura, sus cultivos son principalmente maíz, frijoles y chile, pero también se produce legumbres, calabaza, papas y trigo, aunque a menor escala. El café tiene mucha importancia en la zona serrana, y por el contrario, en las zonas bajas, son la caña de azúcar, el tabaco y el algodón lo que predominan. Tampoco se puede olvidar el apartado frutícola, que es variado, entre los que destacan el aguacate, mango, chicozapote, la naranja, el mamey, el durazno y la nuez.

Aunque en la actualidad las viviendas cuicatecas se asemejan a las de otros grupos indígenas vecinos, y que generalmente emplean el adobe, en la tradicional se utilizan otros materiales. Su planta es rectangular o cuadrada y las paredes de palos situados en forma vertical con espacio entre unos y otros, que se rellenan después de piedras y barro con enjarres en las zonas serranas o de otate (yerbas) en las zonas más cálidas, que permite mayor ventilación. Los techos son a dos aguas y se emplea el zacate, hoja de caña, tejamanil, teja y, en ocasiones, de palma. No disponen de ventanas pero, en cambio, siempre dejan una obertura en el techo que sirve para la ventilación. El suelo es de tierra apisonada.

Los cuicatecos son católicos, aunque conservan parte de sus creencias nativas. Continúan venerando al "Señor del Cerro", llamado Já-iko, y que aseguran tiene su morada en el Cerro Cheve, cercano a Tlalixtac; sus creencias también se vuelcan en las fuerzas de la naturaleza que favorecen las buenas cosechas y perdura la creencia en la existencia de cheneques y duendes, de los que dicen viven en los cerros y cuevas y se alimentan de tepejilotes. Es importante la consideración que tienen sobre los hechiceros y brujos.

Cucapás


El primer explorador que mencionó a la etnia cucapá del río Colorado fue el español Fernando Alarcón, en 1540. Cuenta que vivieron en grupos familiares por el área del Delta del río Colorado y el río Hardy, y en las laderas de las montañas Cucapá. Para principios del siglo XVII se estima que eran unos 22.000 indígenas en la región, dos siglos más tarde eran 5.000 los que habitaban en el área y ya en 1990 se habían reducido en número hasta los 1.000, según la UNESCO. En la actualidad son algo menos, alrededor de 600 miembros habitan en la Reserva India Cucapá, al suroeste de Yuma, Arizona, y 344 aproximadamente en México, en el valle de Mexicali, en los ejidos de Durango y en la misma ciudad de Mexicali. Seguramente fueron varias y distintas las causas que disminuyeron el número de habitantes cucapás pero el más importante quizás sea el bajo caudal del río Colorado y la dificultad para pescar libremente en lagos y lagunas restantes.

El pueblo cucapá ha mantenido sus tradiciones por vía oral, algo muy importante para la conservación de su cultura. Cuentan de sus tradiciones que eran buenos guerreros y cazadores, que desde pequeños les enseñaban al uso de las armas y al arte de la guerra, el arco y la flecha, el mazo, el palo de cacería, y para estos aprendizajes existía un lugar determinado, un sitio ceremonial en lo alto de un cerro, donde pasaban la flecha lanzada por debajo de un arco natural. La manera de alimentarse era con los frutos que recolectaban: quelites, papas, péchitas de mezquite, de palo fierro y de palo verde, el tallo tierno del tule, miel de abeja, dátiles de los cañones, maíz, semillas, piñones, bellotas; con los animales que cazaban: venados, conejos, topos, ratas de campo, gato montés, del que también aprovechaban su piel para protegerse del frío; y de la pesca: bocón, bagre, lisas y otras especies. El matrimonio era una manera de conservar la etnia y para ello se casaban entre los miembros del mismo grupo. Sin embargo, en la actualidad casi nada de esto se conserva, los cucapás se rigen por las leyes de todos los mexicanos y los matrimonios ya no son sólo entre miembros cucapás

El clima del territorio cucapá es desértico y las temperaturas muy elevadas durante la mayor parte del año y entre su flora existen cactus, sahuaros, nopales, cachanillas, cirios, sábila, arboledas de sauces y álamos gobernadora, etc. 1.000 años atrás los cucapás eran agricultores pero a raíz de la llegada de los conquistadores dejaron la labranza para convertirse en leñadores, peones y pescadores, ocupación esta última que dejaron cuando se secó el río Hardy. Entre los objetos de artesanía que realizan para la venta están los collares, capas, cintos de chaquira, entre otros. La comunidad que habita en Arizona vive básicamente del casino de su propiedad, el Cocopah Casino.

Los cucapá se autollaman Koipai, que significa "los que van y regresan", y cucapá quiere decir "sierra de molinos", que pertenecen al grupo de los yumanos. Son bilingües, hablan el Español y el dialecto Cucapá, que proviene de la familia yumana y está relacionado con los Kahwan.

Entre sus creencias religiosas aún se conserva cierta veneración al sol, creencias que se fueron transformando con la llegada de las misiones y el cristianismo. Tenían una particular manera de entender la vida y sus creencias, adoraban al sol y a la naturaleza. Todavía en la actualidad se celebra la Ceremonia del borrado o pintado, que se lleva a cabo por la semana santa. Consiste en subir al mítico cerro del Águila durante una semana, en ella se pintan el cuerpo de negro que simboliza el mal que hay en su cuerpo y su alma, al transcurrir de los días se van pintando rayas blancas que simbolizan la limpieza del espíritu. A la semana bajan al río y se lavan, con lo que quedan totalmente purificados. Otra de sus particulares tradiciones fue prohibida, y recientemente, a la comunidad de Pozas de Arbizu, se le ha permitido recuperarla, ésta es la de, al morir, quemar al difunto y a su casa junto a sus pertenencias.

A través de la tradición oral los cucapás de la Baja California han conservado sus mitos, y los principales son los relacionados sobre la creación, donde narran cómo un dios o varios crearon al universo. Esta leyenda que expongo a continuación es una versión oral de Juan García Aldama:
"
El precipicio que pedía alimento"
"Rumbo al sur, había una isla; esta isla era muy rica y ambicionada por todos los paisanos. En la isla había guajolotes, había mucho venado, mucho borrego y hasta gallinas. No cualquiera podía ir a esa isla, se necesitaba que fueran indios verdaderos, los cucapás si podían ya que ellos eran verdaderos indios.
Para llegar a la isla no era fácil porque estaba separada de la costa por un barranco muy grande, era un barranco que tenía mucha agua; decían los viejos que el barranco era un precipicio que pedía alimento.
Los cucapá tenían siempre en sus morrales mucha semilla, semillas de distintas clases. Ellos eran muy cuidadosos; siempre llevaban semillas tostadas. Cuando ellos llegaban al barranco, metían la mano al morral y sacaban tres semillas de sandia, tres semillas de calabaza y tres semillas de maíz. Los indios eran muy inteligentes y como sabían que el barranco era un precipicio que quería mucha comida, echaban las semillas al barranco. Primero agarraron tres semillas de sandía y las echaron al barranco. Luego agarraron tres semillas de calabaza y las echaron al barranco. Finalmente agarraron tres semillas de maíz y las echaron al barranco.
El barranco porque era un precipicio que pedía comida se cerró, ahora el barranco era una vereda, un vado. Con la comida se terminó el abismo. Los indios verdaderos cruzaron el vado, pasaron sobre el barranco; luego, se fueron, se fueron, se fueron.
En la isla cazaron al guajolote, mataron al venado, mataron al borrego y mataron a la gallina. Ellos cargaron con todo a cuestas.
Ya no había abismo; se acabó. Los indios verdaderos pasaron para este lado. Así mi abuela lo dijo".

Corobicíes


De esta etnia costarricense realmente no hay mucho fiable de lo que se pueda escribir, sólo algunos datos históricos y muchas conjeturas al respecto. Al igual que muchos otros pueblos desaparecieron como por arte de magia y hoy en día cuesta mucho encontrar referencias de su existencia. Se conoce que habitaron en la provincia de Guanacaste, Costa Rica, en la margen oriental del golfo de Nicoya, estos datos se conocen por el hecho histórico que sucedió en 1522, cuando el pueblo corocibí fue visitado por el conquistador Gil Gonzáles Dávila, que identificó a su rey con el nombre de Corevisí. También por la relación en el recuento que hizo el tesorero de la expedición Andrés de Cereceda, en la que anotó que en el reino de Corevisí se bautizaron 210 personas.

El territorio de los corobicí, o reino de Corevisí, se hallaba ubicado en la desembocadura del río Homónimo, hoy conocido por el nombre de Tempisque, a cuatro leguas del los dominios del monarca Sapandi o Zapandí, y a ocho del reino de Diriá, situado a orillas del río del mismo nombre que el monarca. Sin embargo, existen dudas al respecto porque, según cuentan las crónicas de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés al referirse a Zapandí: "E a par de él al Noroeste está otro cacique que se llama Corobicí", si en lugar de noroeste se lee nordeste ubicaría a los corobicí en el curso superior del río Tempisque, territorio correspondiente a los afluentes del río Las Piedras, entre los cuales hay uno que recibe el nombre de Corobicí.

Casi todo lo demás que se pueda encontrar relativo a esta etnia son suposiciones rayando el romanticismo, como por ejemplo que la lengua que hablaban fue calificada por los españoles de "hermosa y antigua". Su cultura pertenecía al Área Intermedia, diferente a las culturas que las colindaban o rodeaban, que pertenecían a las culturas de Mesoamérica.

En el reparto del "botín", o encomiendas, que se efectuó en 1569 por el gobernador Pero Afán de Ribera y Gómez, mencionó al rey Garabito o "Cobobicí", con lo que pretendía, quizás, nombrar al monarca de los corobicíes. Una de las hipótesis más extendidas de su desaparición es que, como consecuencia de la conquista española, se retiraron a las montañas y cruzaron la Cordillera Volcánica de Guanacaste para establecerse en las llanuras del norte de Costa Rica, por lo que muchos estiman que dieron de esta manera origen al actual pueblo maleku.



Coras


Aunque la primera expedición de los conquistadores españoles por el territorio cora se realizó en 1592 no fue hasta el siglo XVIII cuando consiguieron someter a esta etnia mexicana. No les fue fácil la conquista de la sierra del Nayar y de hecho fue el último territorio conquistado. Pocos años después de la primera incursión en el territorio, en 1612, se llevó a cabo una sublevación contra los españoles en la que los coras, junto a los tarahumaras y los tepehuanes, fueron los protagonistas. En el siglo XVIII, en 1720, el pueblo indígena tuvo que enfrentarse a graves problemas que los obligaron a organizar asaltos a pueblos vecinos, la escasez de comida que la sequía provocó y los brotes de epidemia que se extendían por todos los territorios vecinos les obligaron a buscar soluciones a sus problemas de esta manera. Algunas poblaciones a las que asaltaron fueron Acaponeta, Centispac y Aztlán, pero parece ser que no lograron lo que pretendían pues la historia cuenta que fueron derrotados y les cerraron el paso hasta la costa de Nayarit, de donde se abastecían de sal, un elemento sagrado que utilizaban en los rituales.

Fue en 1722 cuando finalmente los conquistaron y cuando comenzó a entrar en vigor y se impuso la nueva organización política y religiosa que los extranjeros traían consigo. La usurpación de sus tierras fue motivo de otras sublevaciones en el futuro, en el siglo siguiente. En el XIX y a raíz de las leyes de la Reforma de nuevo fueron protagonistas en numerosos alzamientos de protesta por la recuperación de sus territorios, fue un movimiento contagioso que se fue extendiendo a otros territorios y con la misma finalidad, las protestas abarcaron a los estados de Nayarit, Jalisco, Zacatecas, Durango y Sinaloa, en la que se unieron a los coras los huicholes, mexicaneros, tepehuanos y campesinos mestizos. En la Revolución mexicana los habitantes de la región del Nayar apoyaron a los villistas, sin embargo, pasado el tiempo los coras se unieron a las tropas carrancistas. Ya en el siglo pasado, a principios del XX, tuvieron el último levantamiento armado en la rebelión cristera, en distintos bandos, primero participaron a favor y después en contra.

El territorio cora se localiza en el estado de Nayarit, aunque también se hayan asentamientos en el vecino estado de Jalisco. Sus límites al norte llegan hasta el estado de Durango y al de Jalisco por el oriente; al sur lo marcan los ríos Jesús María y Chapalagana hasta el río Santiago, y San Pedro Ixcatlán y el río San Pedro por el oeste. Los municipios donde se concentra la población cora principalmente son El Nayar, Acaponeta, Rosamorada y Ruiz, en el estado de Nayarit. Son 120.000 hectáreas lo que comprende el territorio cora, donde conviven con huicholes, mexicaneros y mestizos; situado en la sierra del Nayar, perteneciente a la Sierra Madre Occidental, el tramo que atraviesa el estado de Nayarit. Su altura va desde los 700 m. hasta los 2.200 m. Sus tierras las riegan el río San Pedro o Grande y el Santiago. Las lluvias que caen sobre la región están entre los 800 y 1.500 mm. anuales, pero es en el mes de junio cuando las precipitaciones son más intensas.

Los coras se autonombran Nayeri, etnónimo de donde deriva el actual nombre del estado en que habitan, alrededor de 24.500 personas pertenecientes a la etnia. Su idioma es el Cora, perteneciente al tronco lingüístico yutoazteca, emparentado con el náhuatl, aunque también hablan el español, y un hibrido al que llaman "castilla", una mezcla del cora, español moderno y expresiones del español antiguo.

La organización social del pueblo cora es de familias extensas, por lo general cuando se casan los hijos forman su propia familia pero se quedan a vivir en la casa paterna. Entre las costumbres de los coras también es normal que los ancianos tengan dos esposas, las dos reconocidas socialmente, y aunque las dos viven bajo el mismo techo y se reparten las tareas del hogar cada una cría los hijos procreados. En otro tiempo también era normal que el hombre se casara con las hermanas de la esposa. Sus casas son construidas de adobe con techo de teja y ladrillo, con dos cuartos, uno destinado a recamara y el otro a cocina, donde se encuentra el fogón. También cuentan con patios con bardas de piedra, donde siembran árboles frutales y hortalizas. Los coras viven básicamente de la agricultura, durante el ciclo agrícola los hombres y mujeres abandonan la residencia habitual para instalarse o establecerse cerca de los campos de cultivo que son propiedad comunal, por un tiempo de seis meses aproximadamente. Un periodo en el que recolectan y obtienen los productos básicos para todo el año. La emigración también es importante entre los coras, lo hacen temporalmente de febrero a mayo, algunos jóvenes al estado de Oregón, Estados Unidos. La artesanía cora es escasa y rara vez sale más allá de la región, los productos más representativos son los morrales de lana, algodón o fibra sintética, los huraches de piel con suela llanta y los sombreros de yute.

Para la etnia cora la salud y la religión van cogidas de la mano, piensan que la enfermedades pertenecen al ámbito de lo sobrenatural, es un mal que los dioses y espíritus mandan cuando están enojados porque no recibieron sus ofrendas correspondientes, que se tratan de flechas, algodón o jícaras con pinole. Los dioses tienen como aliados a los curanderos, que tienen la capacidad de provocar y curar enfermedades, por eso, aunque se utilicen medicamentos institucionales, antes deben de arreglar sus cuentas y asuntos con los dioses para que surtan efecto. Sus lugares sagrados son una infinidad y sus mitos e historias se van transmitiendo de generación en generación, se narran cómo se construyó el mundo, se creó la lluvia, el fuego, el tabaco, el maíz, etc. Cada dios cora tiene su morada en las montañas y es ahí a donde van a depositar sus ofrendas, en las cuevas, en los ríos, en los charcos, en las rocas, en los manantiales, en las peñas...

Conchos


El nombre genérico que recibían los miembros de esta etnia extinta se les dio por la cantidad de restos de conchas que se encontraban en las riberas del río que habitaban. El territorio de los conchos se situaba desde el área de la cuenca del Río Conchos hasta el Río Bravo en el norte del estado mexicano de Chihuahua. Desde la Sierra Madre Occidental hasta las actuales Ciudad Ojinaga, Chihuahua y Presidio, Texas. Sin embargo, este lugar al otro lado de la frontera entre México y Estados Unidos, según Emilio Langberg, parece haber sido un sitio de comercio entre las tribus amigables antes de la llegada de los españoles a la zona. Para esa época, la de la llegada de los europeos, los conchos eran el grupo étnico que mayor extensión territorial ocupaban en el área de lo que hoy se conoce como el estado de Chihuahua; eran nómadas y seminómadas que formaban un grupo de pequeñas bandas. En la historia de este pueblo se recoge que a principios de 1645 una tribu cercana al pueblo de San Francisco de Conchos se sublevó, el día 25 de marzo, mataron a los franciscanos que servían la misión, Fray Tomás de Zigarán y Fray Francisco Lavado, y después quemaron la iglesia y la casa rural. Cuatro años más tarde de este episodio se hizo el primer cálculo de indios de la etnia que vivían en la región, fue Don Digo Guajardo Fajardo, capitán general y gobernador de la Nueva Vizcaya, y ascendían a un número cercano a los 50.000 habitantes.

El territorio concho es árido, extremadamente seco, y aunque su temporada de lluvias es el verano en el invierno también acostumbra a llover. Dos terceras partes del suelo concho es de pastizal y matorrales, algo a lo que supieron sacarle un excelente provecho; parte de su alimentación procedía de la agricultura que cultivaban, como las calabazas y también maíz. Cuando llegaron los primeros extranjeros a la región los nativos se dedicaban básicamente a la pesca, aunque nunca llegaron a abandonar la práctica de la caza y la recolección. También se conoce que para 1697 los cultivos que producían sandías daban buenos resultados. Entre sus costumbres, que compartían con los otros grupos del norte de México, estaban la de moler el maíz mediante el uso del metate y utilizarlo en forma de pinole, o la que ya ha desaparecido de moler los frutos del mezquite para preparar la masa con la que se elaboran los tamales y que los españoles mencionaban como mezquitamal.

Como reseñaba anteriormente, los conchos supieron sacarle rentabilidad a las duras condiciones que se daban en la zona, se adaptaron al desierto y empleaban incluso el bazago del mezcal como alimento de subsistencia en las épocas en las que los frutos silvestres escaseaban, después de molerlo previamente para hacerlo comestible. El mezcal fue la planta que más utilizaron los grupos de la región, es xerófita y sus hojas fibrosas sirvieron para elaborar las prendas que vestían, pero también el corazón de la planta se cocía y los jugos azucarados que producía se consumían como energético. Entre los animales que cazaban estaba el bisonte, el venado y el conejo, este último abundaba por todo el territorio y sus pieles se aprovechaban para vestirse; otras especies menores formaban de igual manera parte de su dieta, aves, ratones de campo, ardillas, tuzas, liebres, víboras, cigarras, saltamontes y hormigas. El otole, la bebida que elaboraban, lo hacían moliendo las semillas silvestres que recolectaban.

No es mucho lo que se conoce de esta etnia pero de su lengua sí se sabe que era afín a la Cahita y Ópata. Los europeos se ocuparon de los indígenas sólo ocasionalmente y eso originó confusiones con respecto a los grupos que vivían dispersos, que tenían sus lenguas y nombres particulares, estas equivocaciones se daban al considerar a un grupo en forma independiente cuando lingüísticamente formaban parte de otro mayor. Los errores hicieron que muchos de sus nombres, que los propios grupos no utilizaban, se perdieran y olvidaran al otorgarle otros, como en el caso del grupo conocido por los "hijos de la tierra" o de los "comezacate". Sin embargo, y pese a estas confusiones, se han podido conocer parte de las características del amplio grupo de los conchos.

Este gran grupo étnico lo componían otros subgrupos que tenían entre sí una gran afinidad cultural y aceptaban autoridad común, por esta razón se cree que debieron formar parte de los conchos, son los: guamichicoramas, baopapas, obomes, yacchicahuas, yaochanes, topacolmes, aycalmes, polacmes, posalmes, cacalotitos, yeguacates, guelasquicmes, guiaguitas, abasopalmes, olobayaguanes, bahilimis, yaculsaris, sucais y coyamites. A los que probablemente habría que añadir osatayolida, seuliyolida y batayolida, de los que también se habla en el archivo de Parral.

Es muy probable que algunos de los grupos conchos practicaran la poliginia, pero no existen pruebas que puedan confirmarlo. Sí parece que se reunían en grupos de varias familias para aprovechar al máximo la abundancia de frutos y semillas durante la recolección en el verano, y que igualmente lo hacían para deplorar la muerte de alguno de sus miembros o para prepararse para las batallas o las victorias de la guerra. Por el archivo de Parral se sabe que los conchos se casaban con miembros de otras tribus al igual que chisos y tobosos, con estos últimos pudiera parecer extraño por estar emparentados con los apaches y no formar parte del grupo concho, aún así también contraían matrimonio entre ellos. Sus casas eran pequeñas y se construían sólo para albergar a la familia, eran efímeras y sus materiales el zacate o las ramas de las plantas ribereñas. En sus ceremonias religiosas utilizaban los cactus alucinógenos para entrar en contacto con la divinidad, además de practicar la antropofagia de la misma manera que los chisos, de los que se conoce un caso en el que se comieron el cadáver de una chica española que habían capturado.

Cochimíes


Los antiguos cochimí decían, refiriéndose a su mitología, que el cielo, la tierra, y todo lo que ella acoge, lo había hecho un gran señor, un capitán grande que se llamaba Menichipo. El primer encuentro que los indígenas cochimí tuvieron con los conquistadores españoles fue en el siglo XVI, fueron encuentros esporádicos, que se hicieron más prolongados y continuos cuando en el XVII los jesuitas se establecieron con sus misiones en la península de la Baja California. En 1768 la corona española expulsó a los jesuitas del territorio y un año más tarde fueron los franciscanos, con fray Junípero Sierra a la cabeza, los que les sucedieron fundando la misión en el camino hacia el norte, hacia la Alta California, por último fueron los dominicanos los que crearon la nueva misión y definitiva entre los cochimí, en El Rosario, en 1774. Las epidemias de enfermedades que llevaron consigo los europeos no fueron ajenas tampoco al pueblo cochimí, que al igual que la mayoría de los pueblos indígenas las sufrieron causando estragos, la población se fue diezmando y entre los siglos XIX y principios del XX su cultura e idioma acabó por extinguirse.

La etnia cochimí habita en el estado mexicano de Baja California, especialmente en la comunidad de La Huerta, entre los municipios de Ensenada, Tecate y Mexicali. El clima de la región es extremadamente seco. Su altitud va desde los cero y 500 metros en la zona costera hasta los 2.000 m. en la serranía; el suelo es árido y semiárido. Es una zona desértica entre cerros con vegetación escasa y donde predominan los dispersos matorrales y los cactus, sahuaro, choyas, nopales, cirios, cardón, cachanillas, jojoba y otros más. La fauna de la región se compone de venados, coyotes, pumas, borrego cimarrón, conejos, víbora cascabel, lagartijas y aves como: águilas, codornices, correcaminos, halcones, búhos, etc.

El territorio donde habitan los cochimí acoge a un grupo de cinco pueblos indígenas, que junto a este son: Kumiai, cucapá, paipai y kiliwa. Los dos primeros son conocidos por los habitantes de la meseta, el tercero por rieños y los últimos reciben el apelativo de serreños. El grupo cochimí heredó el nombre de los misioneros que denominaban con este nombre a las comunidades fronterizas. En la ranchería de La Huerta son alrededor de 40 casas en las que viven los 195 habitantes pertenecientes a la etnia que actualmente viven de la agricultura y el ganado, en El Ranchito, La Mariposa, Los Gavilanes, Valle de Guadalupe, Ojos Negros o Real del Castillo. Los antiguos cochimí eran nómadas, cazadores, pescadores y recolectores, y aunque no conocían la agricultura ni cuidaban ganado sí es posible que conocieran la alfarería antes del encuentro con los españoles. El fruto del cactus pitahaya les proporcionaba un gran valor nutritivo pero de corta duración por tratarse de un fruto de temporada, esto propiciaba que, después de digerirlos, las semillas de sus propios excrementos secos las asaran y se las volvieran a comer, como si de una segunda cosecha se tratara. Otro rasgo característico de esta etnia era la donación de los cabellos humanos, con los que los guamas o hechiceros se confeccionaban capas que usaban en los actos ceremoniales.

Entre los mitos de los cochimí encontramos el que decía que provenían del norte, que se habían refugiado en la Península de Baja California huyendo de los enemigos que los perseguían y con los que habían salido derrotados después de una gran contienda. Conocían de la existencia de los anteriores pobladores del territorio donde se asentaron, de su alta estatura y de sus figuras de animales y hombres pintadas en las cuevas, pero desconocían o no daban razón de cuales fueron las causas de su extinción. Los cochimíes no tenían escritura ni formaciones artísticas formales, llegaban a contar hasta veinte utilizando los dedos de las manos y de los pies, fue después de aprender el idioma que los españoles les enseñaron cuando aprendieron a contar hasta cincuenta y los más aplicados hasta cien. El año lo dividían en seis partes y entre ellas era la primera la más alegre y apreciada, era la temporada de las pitahayas y se le conocía por el nombre de mejibó o meyibó, tiempo que coincidía con el de julio y agosto actualmente.

Su idioma es el laymón o mti'pa', actualmente existen menos de un centenar de hablantes por lo que se le considera prácticamente extinta, pertenece a la familia yumano-cochimí que comprende once lenguas. Fue incluida entre las lenguas hokanas por Voegelin y Haas, y como hoka-sioux, según Edward Sapir. Otras propuestas la incluyen a las lenguas guaicuranas, que son un grupo de idiomas actualmente extintas y que se hablaban en el sur de la península de California y aunque se supone que pudieron tener alguna afinidad no hay evidencias suficientes para comprobar esta relación entre sí.


























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