El mundo de hoy necesita liberación


Liberación y conversión
Autor: P. Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net

Domingo 3º de Cuaresma. Ciclo C. La necesidad de la conversión.



Liberación y conversión
Domingo 3º de Cuaresma. Ciclo C.



1. La liturgia de la Palabra se centra en el tema de la conversión de vida como preparación para la renovación de nuestras promesas bautismales. La conversión es la respuesta adecuada al amor de Dios. Jesús expone su enseñanza a partir de una situación real concreta que está viviendo el pueblo. Todos estaban impactados por dos hechos sangrientos. La crueldad de Pilato, agravada por la profanación del culto. Pilato los mandó matar cuando ofrecían los sacrificios, así mezcló la sangre humana con la de las víctimas. En esos días se había desplomado la torre de Siloé y había aplastado a dieciocho personas inocentes. Estos hechos se asemejan a los que diariamente golpean al mundo de hoy. Con su enseñanza Jesús nos ayuda a leer e interpretar esos hechos.

2. Ante ambos hechos Jesús comenta: « ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos porque padecieron estas cosas?... ¿pensáis que esos dieciocho eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?» Aquella mentalidad, que tienen aún hoy algunas personas, pensaba que esa muerte tan trágica era castigo de su maldad. «Eso te la ha mandado Dios, ¡Dios te ha castigado. Pero Jesús rechaza esa mentalidad y responde: «No, os lo aseguro». Las víctimas de los desastres natura¬les, de los accidentes y de la maldad de otros hombres no son castigos porque son «más pecadores que los demás». Son tan pecadores como los demás». Aunque todos los males son siempre conse¬cuen¬cia del pecado. No existe ningún mal, ni natural, ni accidental, ni intencio¬al, que no sea consecuencia del pecado. «Vosotros sois igualmente pecadores, o más pecadores, que esos galileos y que esos dieciocho que murieron aplastados, y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo». El único modo de escapar a un fin tan trágico es convertirse. Muchas veces pensamos: ¿De qué tengo que convertirme yo? ¿Qué tengo que cambiar… si no soy malo, si no tengo pecados?- ¿De que te sirve darle a Dios una cosa, cuando te está pidiendo otra? ¿En qué consiste la conversión?

3. Las facultades superiores del hombre son la inteligencia y la voluntad. Son las facultades que lo distinguen como ser racional y libre. El término «conversión» toca a ambas facultades, pero más directamente a la inteligencia. Lo dice claramente el término griego «metanóia». El prefijo «meta» significa «cambio», y el sustantivo «nous» significa «inteligencia, mente». El concepto se traduce por «cambio de mente, cambio de percepción de las cosas». Y esto ese la conversión. Si examináramos nuestros criterios y nuestro modo de ver las cosas y la comparamos con los criterios de Cris¬to, encontraríamos muchas cosas de qué confesarnos.

4. Cuando alguien cambia de modo de pensar y adopta los criterios de Cristo, se ha convertido. Ahora sigue el dolor por la conducta anterior y el arrepenti-miento. San Pablo ofrece un ejemplo magnífico de auténtica y profunda conversión. Mientras vivía en el judaísmo, en lo que respecta al cumplimiento, a la voluntad, era irreprochable. El mismo lo dice: «Yo era hebreo e hijo de hebreos... en el cumplimiento de la ley, intachable» (Fil 3,5). Pero luego agrega: «Todo lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida por Cristo. Y juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conoci¬miento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Fil 3,7). Ha cambiado su criterio. Ahora puede asegurar: «Nosotros tenemos la mente de Cristo» (1Cor 2,16). La conversión verdadera consiste en buscar tener los mismos criterios de Cristo.

5. Accediendo a los ruegos del viñador, el Señor acepta tener paciencia y esperar otro año para que la viña de su fruto: «Si dentro de ese plazo no da fruto, la cortas». Esta parábo¬la está ciertamente dirigida al pueblo de Israel al cual Dios había mandado sin cesar sus profetas sin embargo también en la predica¬ción a los gentiles se les advierte que se ha acabado ya el tiempo de la conversión. «Dios, pasando por alto los tiempos de la ignoran¬cia, anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse, porque ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justi¬cia...» Dijo Pablo a los intelec¬tua-les griegos cuando fue invita¬do a hablar en el Areópago de Atenas (Hch 17,30).

6. «La Iglesia proclama la conversión, que consiste en descubrir su misericordia, su amor que es paciente y benigno a medida del Creador y Padre: el amor, al que «Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo» es fiel hasta las últimas consecuencias en la historia de la alianza con el hombre: hasta la cruz, hasta la muerte y la resurrección de su Hijo. La conversión a Dios es siempre fruto del reencuentro de este Padre, rico en misericordia. El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición permanente.

7. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo «ven» así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a El. Así ha de ser la disposición de todo hombre por la tierra. La Iglesia profesa la misericordia de Dios, revelada en Cristo crucificado y resucitado, no sólo con la palabra de sus enseñanzas, sino, por encima de todo, con la más profunda pulsación de la vida de todo el Pueblo de Dios. Mediante este testimonio de vida, la Iglesia cumple la propia misión del Pueblo de Dios, misión que es participación y continuación de la misión mesiánica del mismo Cristo.» Juan Pablo II. Carta Encíclica Dives in misericordia 13.1

8. Cuando Moisés salió de Egipto, se refugió en Madián, donde se casó con una hija del sacerdote Jetró. Un día llegó con el rebaño a Sinaí, vio una zarza que ardía sin consumirse y se acercó. El Señor le habló: ". "No te acerques aquí; quítate las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada". Y añadió: "Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios. Dijo Yahvé: "He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa. Contestó Moisés a Dios: "Si voy a los israelitas y les digo: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros"; cuando me pregunten: "¿Cuál es su nombre?", ¿qué les responderé?" Dijo Dios a Moisés: "Yo soy el que soy". Y añadió: "Así dirás a los israelitas: Yahvé, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación".»Yo soy el Dios de tus padres, de Abraham, Isaac y Jacob".

9. Moisés pide credenciales. El Señor se identifica como Yahvé, el que es, nombre que revela su ser y su acción para librar al pueblo de su esclavitud. Soy el que demostraré que soy con lo que voy a hacer: liberación, plagas, hijos de los primogénitos de los egipcios muertos, mar Rojo, desierto, maná, agua de la roca, codornices... Como Dios, que nos conoce por nuestro nombre, que escucha siempre, a quien se le conmueven las entrañas cuando nos ve sufrir, que se compadece y está presente a nuestro mundo y actúa liberando, le duele el mundo. Y pudiendo liberar él solo, elige a Moisés, y siempre se servirá de instrumentos que le acompañen en su obrar, librar, salvar.

10. Por eso hoy también sigue eligiendo mediadores: que prediquen la palabra, que oren e intercedan, que curen a las víctimas del odio y de la ceguera, que se empeñen en construir un mundo mejor, más justo, más benigno, más humano. Envía a hombres y mujeres a aquellos lugares donde hace falta cariño, entrega, generosidad y perdón. Hay que estar a la escucha porque el Señor no quiere que los hombres se confinen y limiten en el círculo afín o familiar. El amor dilata el corazón y mueve a más y mayor entrega.

11. El Señor viene a librar a los hombres de su esclavitud, de todas las esclavitudes, comenzando por la del pecado, que está en la raíz de todas las demás, porque "es compasivo y misericordioso y perdona todas nuestras culpas, lento a la cólera y rico en clemencia. Su bondad es más alta que el cielo, y nos cubre con infinita ternura" Salmo 102.

12. Los muertos aplastados por la torre o asesinados por Herodes no lo fueron porque eran más pecadores: "Si no os convertís, todos pereceréis" Lucas 13, 1. Las desgracias naturales no son castigos de Dios. Dios no es un juez que sanciona de inmediato los actos de los hombres en esta vida. No se puede deducir que quien las sufre las sufre por sus pecados. El sida, las guerras, el hambre, la sequía, los incendios forestales, los terremotos, los naufragios, los desbordamientos de los ríos, no son castigos de Dios; unas veces son provocados por los mismos hombres, como el asesinato de los galileos que estaban ofreciendo sacrificios en el templo y Pilato mezcló su sangre con la de los sacrificios; o por el odio tribal entre etnias enemigas; otras, son fenómenos de la naturaleza, que ocurren como efectos de sus leyes, violadas a veces criminalmente. Unos y otros son permitidos por Dios por un bien superior, que desconocemos.

13. Las catástrofes nos están indicando que estamos cada día corriendo riesgos imprevistos, en los que la muerte nos puede asaltar de repente. Por eso Jesús nos avisa que es necesario que nos convirtamos, que cambiemos la ruta, que hagamos marcha atrás, que volvamos sobre nuestros pasos. No quiere que nos quedemos lamentando las desgracias que cada día nos sirven los medios de comunicación. Convirtámonos nosotros y mejorará el mundo. Una célula viva sana, vivifica el organismo; si está enferma, lo deteriora. Es más fácil calzarse unas zapatillas de paño, que alfombrar toda la tierra de moqueta. En medio de la oscuridad de un campo de fútbol, alguien encendió una cerilla. A la cerilla encendida, siguieron otra y otra... y miles... y el estadio quedó iluminado. La conversión es cosa personal. La gracia actúa, pero tiene que ser acogida con docilidad.

14. Todavía es tiempo de conversión. La parábola de la higuera que está tres años sin dar fruto, nos remite a la paciencia de Dios, que sigue prodigándole cuidados un año más, esperando los frutos de penitencia. El espera ver la liberación de ese árbol, y él mismo pondrá los medios, más gracias, más palabra, más amor, para conseguir su libertad, como la de su pueblo esclavizado en Egipto. Cada uno debe ayudar a que esos cuidados intensivos ejercidos por la paciencia de Dios, por la misericordia de la Iglesia y por la caridad de los hermanos, consigan que la higuera pase de la esterilidad a dar frutos abundantes.

15. "Nuestros antepasados estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar, y en la nube y en el mar, recibieron todos un bautismo que los vinculaba a Moisés. Todos comieron el mismo alimento profético y todos bebieron la misma bebida profética, y la mayoría no agradó a Dios" 1 Corintios 10,1. Inutilizaron la comida y la bebida, que era Cristo, maná y agua viva brotada de la roca. Cuidados por Dios, no dieron el fruto que esperaba de ellos.

16. Esto, que "sucedió para que aprendiéramos nosotros", nos puede ocurrir igual, si no damos el giro copernicano que quizá está necesitando nuestra vida mediocre. Comida y bebida no nos faltan. Estamos escuchando la palabra salvadora. Y vamos a consagrar y a repartir el pan y el vino, que actualiza nuestra redención. Nadie podrá decir que el dueño de la higuera la abandona. Está ahí actuando ahora mismo, por su Palabra te está llamando y esperando que te decidas, porque su amor es eterno y su misericordia sin fin (Sal 137,8). Pero no sólo de una manera abstracta y general, sino en concreto: Te ama. Me ama. Más que tus padres, más que los míos. Más. El amor de ellos nace de su fuente, que mana y corre, aunque desde noche. En la vida futura se hará realidad lo que vamos a recibir en el sacramento de la eucaristía.